Adicción a estados emotivos

24.08.2014 20:26

¿Qué es un pensamiento? ¿De qué está hecha una emoción?
Estas preguntas aún hoy siguen inquietándonos, y seguimos sin encontrar una respuesta completa e inobjetable a pesar de los avances científicos y tecnológicos.
Los pensamientos y emociones aparecen, desde el punto de vista de la física, como formas de energía.
La física tradicional ha enunciado, hace mucho tiempo ya, el concepto de energía como algo que no puede medirse a menos que actúe sobre un cuerpo físico, o sea, a través de sus efectos en el mundo de lo sólido, lo tangible, eso que llamamos materia.
Los instrumentos de medición actuales nos han permitido ver cómo un pensamiento o una emoción se manifiestan: aparecen como destellos en la corteza cerebral, como si fueran rayos dentro de una nube en una tormenta eléctrica.
Allí podemos ver el instante en que algo intangible, como una emoción, se conecta con el mundo de lo tangible. Es en nuestro propio cerebro donde las ideas y los sentimientos comienzan su ciclo de manifestación, provocando cambios en la actividad neurológica.
Pero ése es sólo el comienzo; esa actividad electroquímica estimula la secreción de ciertas sustancias, llamadas neuropéptidos, que ingresan a la corriente sanguínea llevando su carga de información a las células.
Cada emoción da como resultado un tipo diferente de neuropéptido, que afecta de una manera única a las células. Cada molécula de nuestro cuerpo posee diferentes receptores para los neuropéptidos de la alegría, la desilusión, la frustración, la felicidad, etc.
Cuando una molécula es estimulada repetidamente con un determinado neuropéptido, se acostumbra, crea una dependencia, una adicción.
Si hemos experimentado por años un sentimiento de frustración, por ejemplo, nuestras moléculas están adictas a la sustancia que esa emoción provoca, y harán lo posible para llevarnos a situaciones que nos hagan sentir la emoción a la que están adictas, por ejemplo frustración.
Las emociones crean dependencia, igual que la peor de las drogas.
Necesitamos observarnos, observar la adicción actuando, detectar esa dependencia para ver que no es el entorno, no son los eventos externos los que nos provocan esa emoción, sino nuestro propio cuerpo que se ha convertido en un “péptido-dependiente”.
Y cuando logramos verlo, aunque sea sólo por un momento, ya nada vuelve a ser lo mismo. Nos vemos haciendo los ajustes necesarios a la nuestra interpretación de la realidad para generar la misma circunstancia una y otra vez, aunque cambien los personajes. Lo que sea con tal de volver a experimentar el mismo sentimiento.
¿Cómo se puede observar este mecanismo?
Una de las mejores maneras es el silencio absoluto.
Un período prolongado de tiempo sin hablar, sin escuchar palabra, nos puede llevar a una posición de des-identificación del sistema mente-emociones, colocándonos en la perspectiva del observador que no se involucra.
Desde allí, podremos “ver” en acción a las moléculas de nuestro cuerpo, pidiendo el mismo alimento que han ingerido durante años, y llevándonos a pensar y sentir siempre lo mismo, sin importar la circunstancia externa.
Imponer silencio a la mente por un tiempo prolongado la obliga a reaccionar manifestando sus adicciones, en forma de ideas y emociones reiterativas, que al no poder atribuirse a eventos externos, nos posibilita detectarlas sin disfraces ni distracciones.
Ese es el poder del silencio.