Compromiso e intolerancia

10.01.2015 08:56

 

Es muy bueno estar comprometido con algo, con alguna causa. De hecho quizás sea esencial para crecer, para evolucionar, aprender a dar lo mejor de uno.

Del compromiso nace el esfuerzo, que no necesariamente es sacrificio o sufrimiento, ya que muchas veces disfrutamos de trabajar para alcanzar una meta.

Estar comprometido enfoca nuestra energía, nos da una razón para levantarnos por las mañanas, trabajar, aprender, practicar, militar, o cualquier actividad que este compromiso signifique.

Nos comprometemos cuando encontramos una razón para trabajar, para entregarnos a la experiencia de transformar y transformarnos. Las causas que logran comprometernos, por lo tanto, tienen un fuerte significado para nosotros.

Sin embargo, suele suceder que cuando encontramos con qué comprometernos, tendemos a creer que esa causa es “la” causa, que el mundo depende de nuestro éxito. Muchas veces sólo así logramos entusiasmarnos: tiene que ser algo profundo, algo que el mundo necesita imperiosamente para no colapsar.

Tendemos a generalizar nuestra causa, y podemos caer en juzgar a los que no les interesa, tildándolos de inconscientes, irresponsables o ignorantes. Criticamos su indiferencia, la que tomamos como desidia, y nos sentimos mejor ubicados que ellos, más conscientes de “la realidad”. En estos casos el compromiso viene con algunos efectos colaterales no muy felices: la intolerancia, la soberbia, el mesianismo, etc.

Así perdemos de vista algo muy obvio: eso que llamamos realidad es tan rica y variada, tan plena de alternativas, facetas, niveles de interpretación o planos (como se los quiera llamar), que es imposible ser consciente de todos sus aspectos. Comprometernos con cierta causa específica nos convierte, en virtud de esta inconmensurable riqueza, en irresponsables e inconscientes respecto de una infinidad de otras causas igualmente vitales para “salvar el mundo”.

Por mucho que lo lamente nuestro ego, tendremos que aceptar que, no importa lo valiosa o fundamental que consideremos a nuestra causa, existen cientos de otras igualmente importantes, de las que no nos podemos o no nos interesa ocuparnos.

Evidentemente esto no nos convierte en irresponsables, y tampoco nos autoriza a juzgar a los que les resulta totalmente indiferente nuestra causa.

Si esto nos desilusiona, si esta idea, totalmente lógica, hace que perdamos entusiasmo por lo que nos compromete, es probable que nuestro objetivo al hacerlo no haya sido el monumental “salvar el mundo”, sino uno mucho más mundano y egoico, que podríamos llamar “ser importante”.

Al ego le encanta salvar el mundo, y por eso hace tantas películas con la misma historia.

Pero si esta motivación desaparece ¿cómo podemos encontrar una causa que logre comprometernos?

El mejor camino es conectarnos con nuestra experiencia, para descubrir aquellas tareas que nos hacen sentir bien, que obtienen lo mejor de nosotros, y que incluso no nos agotan, sino que nos recargan de energía. Esas cosas están más cerca de ser un compromiso útil, aún cuando para el ego puedan resultar insignificantes.

Y en este “sentirse bien”, también hay que ser sinceros con nosotros mismos. Por supuesto que muchas tareas recreativas resultan gratificantes, pero todo el que haya podido experimentar el sentimiento de “ser útil”, de dar algo de sí, puede comprobar fácilmente que en esas acciones se encuentra el bienestar duradero.

A medida que maduramos, vamos comprendiendo que una causa es digna de comprometerse cuando nos permite depurarnos para dar lo mejor de nosotros, cada vez de mejor manera.

Si por el contrario, el compromiso con una causa nos convierte en personas más intolerantes, soberbias y autoritarias, entonces, por más que se trate del conocido “salvar el mundo” (y aunque nuestro ego nos tilde de irresponsables), lo más sensato es descartarla.