Inocencia y pureza

08.02.2015 15:30

Con frecuencia tendemos a confundir inocencia con pureza, pero son cosas completamente diferentes, aunque a veces se muestren de la misma manera.
La inocencia es cuando no hemos aprendido a ver los errores, cuando no somos capaces de imaginar que los demás pueden fallar. Es un estado propenso a la idealización, y consecuentemente, a la desilusión.
A medida que desarrollamos la capacidad de ver los errores, nos damos cuenta de que es mejor no crear expectativas, y nos vamos ahorrando disgustos.
Pero suele suceder que, a causa del dolor causado por las desilusiones, nos hagamos afectos a la desconfianza, y empecemos a valorar la actitud de no creer en las personas hasta que nos hayan dado sobradas muestras de su integridad. Llegamos a tomar eso como un signo de inteligencia y sabiduría. Pero no es nada de eso. Eso se llama astucia, y es un comportamiento instintivo que cualquier animal adquiere sin hacer ningún esfuerzo. La sabiduría es otra cosa.
Muchas veces nos apegamos al comportamiento desconfiado, y lo vamos refinando cada vez más, como si fuera el final del camino. Afianzamos la creencia de que confiar en la gente es peligroso, y nos convertimos en expertos en la sutil tarea de adivinar las flaquezas de los demás. Así nos adelantamos a sus intenciones, y nos cubrimos de quedar como tontos. El miedo a ser motivo de burlas por no haber advertido lo que otros estaban tramando nos impulsa a ser cada día más astutos y desconfiados.
Alejados ya de la inocencia, nos convertimos en personas ladinas, y lo consideramos inevitable, porque "la vida es asi". Tan sólo nos permitimos relajarnos con un puñado de seres a los que la vida nos ha apegado lo suficiente como para que podamos darnos el lujo de confiar. Los llamamos amigos y nos enorgullecemos de que sean pocos.
Pero existe otro paso, al que también es posible aventurarse, y nos surge como inquietud cuando comprendemos que cada vez que decide el miedo, nos perdemos la experiencia de vida. Nos damos cuenta de que disminuir los riesgos, especialmente en las relaciones, es lisa y llanamente, dejar porciones de vida sin vivir. Puede darse entonces que recordemos lo maravillosa que se veía la vida cuando éramos capaces de confiar, sin miedo al ridículo, y nos preguntamos si podríamos volver a experimentar aquello.
El aprendizaje que nos lleva de nuevo a confiar se llama purificación. No podemos ignorar lo que hemos aprendido, no podemos fingir que no conocemos el error y la desilusión, pero podemos recuperar el poder de elegir qué parte del mundo, de las circunstancias, queremos mirar.
Entonces, poco a poco, y según vamos creciendo en sabiduría, volvemos a confiar. Se trata sin embargo de una confianza de naturaleza completamente diferente. No es que confiamos porque no sabemos, confiamos porque nos hemos permitido abrirnos al misterio de la vida y estamos comprobando, con cada experiencia, que el Universo nos quiere felices, que todo pasa por y para nuestro bien.
Y uno regresa a las actitudes "inocentes", y algunos parecen aprovecharse, y otros piensan en uno con compasión.

Pero ya nos nos afectan ni unos ni otros.